Pésaj, un llamado a recuperar la memoria

Por Mario Eduardo Cohen, presidente del Centro de Investigación y Difusión de la Cultura Sefardí (CIDiCSeF) y docente de UMAI, para el diario La Nación.

En nuestra época vivimos aturdidos por la gran cantidad de información. Nuestra memoria diaria se encuentra almacenada en dispositivos artificiales. Estamos perdiendo una de nuestras capacidades humanas: la de memorizar y recordar. Justamente la Biblia hebrea pone énfasis en no perder esta facultad, repite “recordarás” (“zajor”) en más de cien oportunidades.

Este año, en forma tardía respecto a las fechas habituales, desde este lunes a la noche, los judíos “recordaremos”, durante la semana de la Pascua hebrea (Pésaj), un acontecimiento que ocurrió hace “apenas” 3.300 años. Se trató de la rebelión de los esclavos en Egipto, bajo el liderazgo de Moisés. Este hecho devino el nacimiento del pueblo hebreo libre, generador de las ideas de igualdad de los seres humanos ante el Creador, del respeto por el extranjero, la viuda y el huérfano, del derecho al descanso semanal y la obligación de solidaridad total con nuestros semejantes. Creencias que hoy, a través de las grandes religiones monoteístas (cristiana, musulmana y judía), representan los ideales de la fe religiosa de media humanidad, todavía muy lejos de ser alcanzados.

En la festividad del Pésaj las mujeres tuvieron y tienen protagonismo. Es poco recordado que el nacimiento y la existencia del libertador del pueblo hebreo, Moisés, ocurrió gracias a cinco mujeres. La Biblia nos relata que dos parteras (Shifrá y Puá) se negaron a cumplir la orden del faraón de no dejar nacer a niños varones hebreos. Una vez nacido Moisés, su madre (Iojebet), para salvarlo de la orden del faraón, lo colocó en una cesta en el río. Miriam (la hermana mayor de Moisés) lo custodió. La hija del faraón (Bitiá) lo encontró en el río, tuvo compasión del bebé y lo tomó como propio. Hasta aquí las mujeres fueron las únicas protagonistas. Luego vendrá la historia de la liberación del pueblo hebreo que recordamos en estas fechas.

Hasta hoy, la Pascua hebrea, llamada también “Fiesta de nuestra liberación”, es de una de las festividades más respetadas. El hogar se transforma en un templo. Y es la mujer la que enciende las velas para dar inicio a la celebración.

La festividad tiene su centro en una reunión familiar para “contarles a tus hijos que fuimos esclavos” y que, por lo tanto, sabemos de su dolor y cómo se luchó para conseguir la libertad, que siempre debe defenderse.

Son numerosos los elementos simbólicos de la festividad: el pan sin levadura (en hebreo, “matzá”) porque no hubo tiempo de que leudara, al momento de salir de Egipto. Las verduras amargas (en hebreo, “maror”) evocan la angustia y representan también el compromiso con el sufrimiento del otro.

La Pascua hebrea nos sirve para “recordar” el apego a valores universales inmutables, como el amor familiar, la lucha por la libertad, la solidaridad con el prójimo, el respeto por el extranjero y la convivencia. Nos transmite su milenario mensaje porque su lenguaje es el de todos los tiempos. Es un llamado a recuperar la memoria.

Revivimos, entonces, los hechos del pasado sin olvidar el presente. Hoy debemos unirnos en un ruego universal por la paz en el Medio Oriente y el pronto retorno con vida de los rehenes.

Cerramos con las evocadoras palabras del poeta Moacyr Scliar: “Recordamos el desamparo de los oprimidos frente a la arrogancia de los poderosos./ Recordamos con alivio: es el pasado/ Recordamos con tristeza: es el presente. /Todavía existen faraones: todavía existen esclavos”.

Fuente: La Nación