Tiempos de pandemia: entre virus y otros virus

Por Adrián Giacchino, presidente de la Fundación Azara y vicepresidente de la Universidad Maimónides.

Hace un par de décadas que la mayoría de las personas se acostumbraron a relacionar los términos “virus” y “viral” con el mundo digital. Pero en los últimos meses tuvieron que incorporar en sus vidas la información sobre los otros virus a partir de su embajador, “el coronavirus”, y vaya denominación para cumplir con esa función. Son los virus reales, los que están por todos lados, los que no están en nuestro mundo digital sino en el mundo natural del que no somos creadores sino parte. Eso sí, los virus de ambos mundos tienen algo en común, no nos damos cuenta de ellos hasta que los tenemos, hasta que nos atacan, en nuestro sistema inmune o digital.

¿Pero que sabemos de esos virus del mundo natural? ¿Desde cuándo los conocemos? En 1879 los holandeses pidieron a Adolf Mayer que investigara una enfermedad que atrofiaba el crecimiento de la planta de tabaco. Es que la planta de tabaco había sido introducida en Europa desde América en el siglo XVI y para el siglo XIX constituía un importante cultivo en Holanda. Mayer llamó a la afección “enfermedad del mosaico del tabaco” y para estudiarla contagió plantas sanas frotándolas con sabia de plantas infectadas. Algo más de una década después Dimitri Ivanovsky investigó la misma enfermedad en Crimea y Ucrania, y en 1892 describió que el “agente causante” pasaba a través de un filtro de porcelana fina que si atrapaba a las bacterias.

Un microbiólogo holandés, Martinus Beijerinck, repitió el estudio de Ivanovsky y concluyó en 1898 que lo que fuera que generaba la enfermedad era más pequeño que las bacterias. Beijerinck también se dio cuenta que ese “agente” se reproducía en las plantas vivas pero no en las recolectadas, y lo llamó virus (que en latín significa “veneno”).

En las primeras décadas del siglo XX se cultivaron virus en suspensión de tejidos animales, y en 1931, en huevos de gallina fertilizados, lo que resultó valioso para la investigación y la elaboración de vacunas. Ese mismo año, con la reciente invención del microscopio electrónico por parte de Ernst Ruska y Max Knoll, se pudo fotografiar por primera vez un virus. La ciencia pasó a poder ver y conocer a los virus.

Cuatro años después el bioquímico estadounidense Wendell Stanley describió la estructura molecular del virus del mosaico del tabaco, logro por el cual fue cogalardonado con el Premio Nobel de Química en 1946. Stanley descubrió además que los virus comparten propiedades de la materia viva y de la no viva, cuando no están en contacto con células vivas están latentes y se comportan como sustancias químicas.

Los virus son ácidos nucleicos (ADN o ARN) rodeados de una capa de proteínas, que cuando entran en contacto con las células vivas adecuadas, se activan y se reproducen. Pueden infectar tanto a hongos, plantas y animales, como a bacterias y arqueas, e incluso a otros virus, y la ciencia que los estudia es la virología.

Se encuentran en casi todos los ecosistemas de la Tierra y son la entidad biológica más abundante. Sin embargo, no todos los virus provocan enfermedades, ya que muchos se reproducen sin causar daño al organismo infectado. En los seres humanos algunas enfermedades generadas por virus son: la gripe, la varicela, el herpes simple, el ébola, el sida, y por supuesto el COVID-19 (enfermedad por coronavirus SARS-CoV-2). La vacunación es una forma de prevención de las infecciones que causan. Su uso ha dado una disminución de la morbilidad y mortalidad en infecciones virales como sarampión, poliomilitis, paperas y rubeola. En el presente disponemos de vacunas para prevenir algo más de una docena de infecciones virales en nuestra especie y algunas más para otras especies.

Los virus tienen la capacidad de reinventarse, para sobrevivir mutan y cambian las proteínas de su superficie a fin de evitar las defensas inmunitarias del huésped. Así, por ejemplo, los anticuerpos producidos en respuesta a una anterior infección de gripe resultan impotentes ante una nueva cepa mutada. Es por eso que cada temporada hacen falta nuevas y diferentes vacunas contra la gripe. Algunos virus, como el que produce la viruela, mutan muy despacio, otros por el contrario, como los de la gripe, muy rápido.

Desde el descubrimiento de los virus, pasando por entender cómo se estructuran o mutan, cuál es su diversidad o qué enfermedades causan, hasta la generación de vacunas o antivirales contra sus infecciones, los avances científicos y tecnológicos nos permitieron a las generaciones del presente tener ventajas contra esta nueva pandemia, respecto a otras del pasado. De todas maneras sería una creencia completamente errónea esperar que el progreso científico y tecnológico por sí solo nos saque de este problema en que estamos metidos. El progreso científico-tecnológico es una parte muy importante sin duda, pero también se necesita del progreso moral y solidario.

En biología, el gregarismo es una relación intraespecífica, es decir una relación entre los individuos de una misma especie. Se da cuando los individuos de una población se asocian para recibir algún tipo de beneficio, como seguridad, cuidado o alimento. Probablemente nosotros los humanos no seamos completamente una especie gregaria como las abejas o las hormigas ni tan solitarios como los leopardos, sino más bien semigregarios, donde algunas necesidades son sociales y otras solitarias. Pero ante la pandemia de COVID-19 y muchos de los grandes desafíos que tenemos por delante como humanidad deberíamos –aunque sea por razones más culturales que naturales– comportarnos de manera tan gregaria como las abejas o las hormigas, por el bien de todos.

Con la pandemia de COVID-19 todos –literalmente todos– vamos en el mismo barco, con distintas provisiones, con distinto grado de sofisticación, con distintas fortalezas y debilidades, pero definitivamente todos en el mismo barco. De hecho, la palabra pandemia viene del griego antiguo y significa “todo el pueblo”, en efecto, todos estamos involucrados, todos estamos afectados.

El coronavirus parece paradójicamente una respuesta inmune del planeta a las afecciones que le causa nuestra especie con su ambición infinita, que destruye bosques y selvas, contamina el agua, el aire y el suelo, y lleva a miles de seres vivos a su extinción, entre otras atrocidades. Si luego de esta pandemia actuamos como antes, vendrán crisis mucho más graves, aparecerán nuevas enfermedades –quizás aún más peligrosas– sin que las podamos predecir o impedir, y tendrán lugar grandes catástrofes ambientales. La pandemia de COVID-19 podría no ser lo más grave que nos toque atravesar en los próximos años si como humanidad no empezamos a pensar a la salud y el ambiente como un conjunto que debiera estar entre nuestras prioridades, en todas las escalas. Está visto que cuando las crisis de este tipo llegan el costo puede ser demasiado alto, sobre todo en lo más importante, las vidas humanas.