Rosh Hashaná: Tiempo de balances y una oportunidad para reinventarnos

Por Sonia Herskovits

Cuando se acercan las festividades judías me acuerdo de las largas mesas en la casa de mi abuela materna, llena de invitados para compartir las cenas con nuestra familia. Siempre había lugar para quienes no tenían con quien compartir esos días, y si no había suficientes mesas y sillas nos las ingeniábamos para conseguirlas. Sentado en la cabecera, mi querido tío abuelo José, un ser noble, bondadoso y solidario como pocos, dirigía esas reuniones tan especiales, cálidas y únicas. En cada fecha transmitía -con dinamismo- el sentido religioso, espiritual y humano para que los más chicos pudiéramos entender. Cantábamos canciones alusivas hasta altas horas, disfrutando de las comidas judías típicas. Con el paso del tiempo, esas largas mesas se trasladaron a la casa de mis padres, y siendo muy joven, fue mi hermano mayor quien asumió el rol que había iniciado mi tío abuelo.

Este domingo 29 de septiembre cuando se ponga el sol y salga la primera estrella, comenzará el Año Nuevo Judío (el 5780) que dura dos días, y evoca la creación de Adán y Eva, que fueron el primer hombre y la primera mujer.

Rosh Hashaná significa “Cabeza del Año” y es una de los celebraciones más sagradas del calendario judío, ya que en ella se hace el balance del año que pasó y se planean los acciones para el que vendrá. Tradicionalmente, son días de reflexión y autocrítica en los que pensamos sobre los errores que cometimos el año anterior y sobre todo aquello que queremos mejorar el próximo.

Este período de introspección no termina al finalizar Rosh Hashaná, sino que se extiende por diez días, hasta Iom Kipur (el “Día del Perdón”).

El principal cumplimiento de Rosh Hashaná consiste en hacer sonar el shofar en la Sinagoga, el cuerno de carnero, que también representa el toque de la trompeta cuando un pueblo corona a su rey. Su potente sonido representa una ‘alarma espiritual’ que nos despierta del letargo y apatía del mundo material, y nos invita a ampliar la conciencia y conectarnos con nuestro verdadero ser.  Alejarnos de la rutina y la monotonía, es el camino para el renacimiento del ser humano.

La intensidad del shofar debe hacer eco en las profundidades más olvidadas de nuestras almas, para retornar a la propia “voz interna”. Así nos encontraremos transformados en muchos sentidos.

En las dos noches las familias y amigos nos reunimos y cenamos muchos de los platos deliciosos de la gastronomía judía, y cada familia los adapta a sus propios gustos.

Mis infaltables son:

El Gefilte fish, que es básicamente pescado molido mezclado con cebolla, zanahoria, perejil, sal y pimienta, que se suele cocinar al horno o hervido en forma de albóndigas. Se suele condimentar con jrein (una salsa a base de rábano picante y remolachas)

Pollo a la miel, variedad de ensaladas y postres exquisitos.

Los varenikes y knishes son de los preferidos en muchas otras mesas.

Hay alimentos típicos de Rosh Hashaná, y decimos plegarias que aluden al simbolismo de cada uno de ellos.

Los que más recuerdo de mi infancia y adolescencia son:

  • Las manzanas con miel, que simbolizan nuestro deseo de un año dulce.
  • La Jalá redonda, un pan trenzado que se hornea en forma de círculo. El objeto redondo no tiene ni punto de comienzo ni punto terminal. Un alimento así en la mesa durante las épocas en que somos juzgados representa nuestros deseos de tener una vida larga, continua, plena y llena. La redondez también alude a la perpetuidad de bendiciones que deseamos tener para el año que comienza. Al igual que las manzanas, es costumbre untar la jalá con miel.
  • La Granada es para que nuestros méritos y buenas acciones sean tan abundantes como sus semillas.

Año Nuevo

El Año Nuevo es una gran oportunidad para iniciar o multiplicar las buenas acciones, en pos de lograr una sociedad más justa y digna en los tiempos tan duros que vivimos.

Tenemos la responsabilidad moral de mejorar el mundo cada vez más hostil, y ayudar a aliviar el sufrimiento dondequiera que exista. Lo solidaridad debería ser una obligación de todos aquellos que hoy tenemos un trabajo y un plato de comida todos los días.

Treinta años después de aquellas largas mesas familiares, con el paso del tiempo, cada etapa de la vida me ha llevado a celebrar Rosh Hashaná de diferentes maneras, pero siempre con el recuerdo de las cenas organizadas por mis abuelos y lideradas por mi tío abuelo que marcó fuerte la vida de toda mi familia y aun hoy lo sigo extrañando. A él y a su capacidad empática, solidaria y bondadosa, cualidades tan necesarias hoy en día.

Por un Año Nuevo próspero y dulce, en el que todos logremos ser mejores, es que en estos días nos deseamos ¡Shaná Tová Umetuká!

Por Sonia Herskovits