¿Qué estamos aprendiendo los viejos con el coronavirus?

Por María Conchita Ramírez Arias, presidenta del Consejo de Sabios Mayores de Bogotá

¿Qué estamos aprendiendo los viejos con el coronavirus? Al formular esta pregunta no me refiero a las características del virus y de la enfermedad que genera, de eso estamos aprendiendo todos. Me refiero a la situación que se hizo evidente: los más vulnerables son los viejos.

Y esa vulnerabilidad la describen desde la suposición de que sus sistemas inmunológicos están  más desgastados o más debilitados, y ¿por qué? No es exactamente por los años, sino por el abandono al que han sido sometidos, en todos los órdenes: físico, mental, emocional, afectivo, por una sociedad que por correr en pos de sueños de riqueza, belleza, poder, dominio, nunca pensó que algo o alguien pudiera detener su loca carrera.

La diabetes, la hipertensión o los problemas cardiacos, no son exclusivos de los viejos y vemos cómo no siempre son los más viejos los que están aportando los muertos y entonces lo importante, es que el mundo ahora se da cuenta  de que llegar a la vejez implica una mayor atención sobre “cómo se llega a la vejez”

Hoy todo está en entredicho… esta pandemia puso el mundo “patas arriba” quien pudiera imaginar hace seis meses (sólo seis meses) que todos los presupuestos económicos, perderían sus pretensiones de mayor crecimiento o sea mayor enriquecimiento de los ricos y empobrecimiento de los pobres, quien nos habría dicho que seríamos medidos con un rasero tan similar, que reyes y súbditos, dictadores y víctimas, amos y esclavos, victimarios y víctimas, tendríamos que hacer lo mismo: escondernos, aislarnos, por el único factor común que hoy nos identifica: EL MIEDO.

Al hacer la reflexión y el análisis de lo que está ocurriendo descubrimos que el mundo ha sido ajeno y ausente a los profundos cambios poblacionales que se están dando, por los avances de la ciencia y la tecnología se demuestra que cada día hay más personas mayores, más no posibilidades de vivir más y mejor. Sólo hasta mediados del siglo pasado asomaron las primeras alertas “el mundo se está envejeciendo… nos estamos envejeciendo” y eso ¿qué significa?

Tal vez sea hora de darle al proceso de envejecimiento la atención que se merece, como preámbulo del objetivo de la vida de “llegar a viejos” porque ese recorrido, que los viejos ya hicimos, implica responsabilidades desde muchos ángulos y especialmente desde las decisiones de los gobiernos, la determinación de las política públicas, las respuestas académicas y científicas, los comportamientos sociales, la vida en familia.

Y los viejos estamos siendo los espectadores más serenos, otras cosas nos preocupan, ¿qué será de los más jóvenes? y entre más jóvenes más preocupantes, ¿qué será de ellos si después de esta profunda convulsión -no ahora o dentro de tres meses-, sino en los próximos años, repito qué será de ellos si el mundo no reacciona y escucha las experiencias de los viejos, de quienes, si bien no tienen la respuesta de una vacuna, si pueden tenerla ante las experiencias vividas, que por haber sido  ignoradas, entre la indiferencia y la soberbia de los adultos mayores (que son quienes están entre los 27 y los 59 años)  dejaron de lado un cúmulo de sabiduría que con toda seguridad, habría tenido mucho que decir y hacer.

Ahora tal vez la pregunta no sea ¿Qué estamos aprendiendo los viejos con el coronavirus? Sino ¿Qué podemos enseñar los viejos durante y después del COVID 19? Como dije antes no es la vacuna contra el virus, más bien puede ser algunas fórmulas de cómo llegamos hasta aquí y sobretodo de cómo ayudar para que no se destruya lo que con nuestras vidas construimos.

A pesar de esto, los viejos estamos aprendiendo que tenemos experiencia, convertida en sabiduría, que tenemos coraje y valentía para continuar de pie, arrestos para acompañar la lucha, solo se necesita QUE NOS ESCUCHEN, basta ya de fórmulas y soluciones novedosas y por ende peligrosas.

Un ejemplo basta, nos están diciendo todos los días y de una manera repetitiva y enloquecedora, lo que tenemos que hacer, con quien, dónde, a qué hora SIN PREGUNTARNOS y tal vez lo más grave sin la consideración debida de ESCUCHARNOS sobre lo mismo. Y a pesar de ellos estoy segura de que somos los viejos quienes estamos llevando las riendas al interior de nuestros hogares, porque sabemos qué, cómo, a qué hora, de qué manera, se hacen las cosas correctas, cuando el peligro acecha la seguridad de quienes amamos.

La experiencia de otras tragedias vividas, nos demuestra –a nuestra edad – que es tiempo de aprender, que es el momento de reflexionar y esto es tan cierto que la misma pandemia nos han dado el tiempo para hacerlo en el núcleo de lo más sagrado: la familia y si están volviendo los ojos sobre los viejos es tal vez porque somos los que tenemos la clave de la convivencia y esa clave la hemos aprendido con dolor y con ella hemos  construido estas familias, esta sociedad que necia nos aísla y en vez de darnos una oportunidad  para enseñarlos, nos silencian, silenciando así la sabiduría de la vida.