Marie Curie: Vida de una mujer que trabaja, inspira y educa

Por la Dra. Ana Lamas, directora de la Licenciatura en Periodismo de UMAI.

Siempre me atrajo la vida de mujeres apasionadas por sus ideas, por su trabajo, por cada instante de la existencia que abrazaban con energía infinita. Una de ellas fue Marie Curie. La conocí cuando una maestra de 6° de la escuela primaria explicó sus aportes científicos y me quedé, desde entonces, con la imagen de una investigadora, inteligente y tenaz.  Hasta que llegó a mis manos el libro de Rosa Montero “La ridícula idea de no volver a verte”. Y así cómo el lápiz dibuja las formas escritas y la palabra matiza sentimientos profundos; las frases rescatan historias, en ocasiones, “invisibles a los ojos”. Empecé desde ese momento a recorrer páginas que desprendían otras luces de la vida Marie Curie; como mujer, como madre, como compañera de vida y de trabajo de Pierre, como científica social comprometida con la comunidad local y universal. Pero algo más también, la descubrí como una visionaria del alcance de la educación y comunicación científica. Todos sus haceres y virtudes me sedujeron e impulsaron a recorrer y compartir aquí parte de su exquisita y fecunda vida.

Encontré a literatos, científicos y biógrafos, que tuvieron acceso a los diarios, notas y manuscritos de Marie Curie. Durante el trayecto iba descubriendo la vida de una mujer que trabaja, inspira y educa. Y percibí una existencia de lucha, con la fuerza de la convicción, en medio de en un contexto difícil de transitar, a fines del Siglo XIX y principios del Siglo XX. No es el objetivo aquí, discutir sobre las improntas de época, solo vale la apreciación como una descripción histórica que agiganta su figura.

Los que han investigado sobre su vida coinciden que como madre cuidó a sus hijas con dedicación, esmero y les consagró los mejores años de su vida.  La firmeza de sus convicciones científicas no le impidió rodear a la vida familiar de un toque de romanticismo con “perfume de mujer”. Por eso, se puede afirmar que construyó un modelo parental de equilibrio y colaboración en donde Pierre era su par en el trabajo y su marido, compañero en el viaje de la vida.

Su sensibilidad y altruismo se evidenció en Francia durante la Primera Guerra Mundial cuando no dudó en ofrecer su sapiencia y calidez socorriendo a heridos y colaborando “codo a codo” con los trabajadores de la salud. Pero llegó más lejos aún, pensando igual que Pierre; Marie renunció a los derechos de patente por sus descubrimientos porque pensaba en la función social de la ciencia. En efecto, ella consideraba que el desinterés personal por el dinero era un valor para enarbolar, a cambio de los fondos públicos que sirvieran para seguir investigando en beneficio de todos. La ciencia, desde la magnanimidad de esa mujer, no se distinguía entre ciencia pura y aplicada sino entre ciencia pública y privada. Y dedicó hasta el último aliento de su vida, a hacer de la radioactividad y sus investigaciones parte de una ciencia pública, es decir de todos y para todos, sin beneficios personales para sus descubridores.

Y en un momento advertí algo más en su perfil; el de educadora nata, que comprende, cuál la mejor psicóloga profesional, de qué manera atraer a los niños y jóvenes hacia la ciencia.    Y así lo expresó cuando recordaba en su diario, un diálogo con Pierre:

“…Te dije que la gente con la que habíamos hablado nuestra idea no veía en la enseñanza de las ciencias naturales más que una exposición de hechos cotidianos, que no entendían que para nosotros se trataba de transmitir a los niños un gran amor por la naturaleza, por la vida y al mismo tiempo curiosidad por conocerla…”

Nada más cercano a lo que hoy se pregona desde distintos ámbitos de la educación científica. Música para mis oídos, palabras para mi ciencia. Acierta el lector si percibe que soy educadora y que el espíritu de Marie me conquista y me infunde entusiasmo para seguir educando. Esta mujer ejemplar tuvo la capacidad de transformar en belleza su propio sufrimiento – la muerte trágica de Pierre- y aceptó la cátedra de su marido en La Sorbona convencida de la importancia de la educación científica no solo en niños sino en futuros profesionales. Advirtió silenciosamente que ante el dolor hay que hacer con las convicciones que atraviesan la vida, para no hundirse en el abatimiento. Y probablemente, cuando le propusieron el cargo universitario, haya recordado aquella conversación que tuvo con su esposo a propósito de la educación.

Cuando se quiere enseñar ciencia, particularmente qué es el polonio, el radio y los rayos X; cuando se quiere incentivar la curiosidad, o formar en la cultura del trabajo es muy motivador empezar con una historia y desde allí alcanzar otros territorios de enseñanza y aprendizaje. Storytelleing y redes sociales son ingredientes que los jóvenes “prosumen” a diario… ¿No sería factible contar allí vidas e historias que inspiran y educan? Por todo eso elegí hoy a Marie Curie, con una paleta de palabras, sentidos y valores en un acto de evocación y educación.

Hubo y hay muchas mujeres en la historia y en la actualidad, en el mundo y en Argentina que, hicieron y hacen historia con la ejemplaridad como Cecilia Grierson desde la medicina, Mariquita Sánchez de Tompson desde la política y Margarita Barrientos cubriendo las necesidades básicas de los excluidos, a las que agregamos las ignotas mujeres que desde sus pequeños mundos lo hacen grande. No importa qué se hace y cuán grande es su escala cuando se trabaja para el bien común y sin estridencias. Lo que im-porta es lo que “portamos dentro”, como seres apasionados, sentimentales, razonables y trabajadores como Marie Curie.

Fuente: El Observatorio del Trabajo https://bit.ly/3xtY9I6